Seducción Culinaria

Subido el 10.26.2014

“Déjame hacerte una pregunta”, comenzó, mientras troceaba los jugosos tomates. “¿Cuál es tu comida preferida?”

“El Filet Mignon”, fue mi respuesta inmediata, y mi boca casi se hizo agua al pensar en la carne cocinada al grill.

“Pero no querrías comer Filet Mignon todos los días, ¿no es así?”

“Claro que no”, respondí, rebanando la raíz de jengibre fresca en el pequeño bol que me había dado.

“¿Y por qué no?”, continuó, sus ojos todavía fijados en el tomate.

“Bueno, supongo que si lo comiera todos los días, no sería especial. Me cansaría de él. Todas las cosas buenas son mejores en moderación, ¿no crees?”

“¡Sí, así lo creo!”, contestó inmediatamente. “Y me acabas de llevar a una conclusión muy importante”.

“¿Cuál?”

“La monogamia es, en cierto modo, como la comida. Si comes lo mismo todos los días, te acabas cansando de ello. La variedad es la gracia de la vida. ¡Y tú pareces estar de acuerdo!”

“Bueno,”, hice una pausa, considerando mis palabras con cuidado, “pensé que estábamos hablando sobre el Filet Mignon. No me había dado cuenta de que mi respuesta iba a ser sacada de contexto de forma tan drástica.” Alcé las cejas y esperé a que él continuara.

“Pero entiendes lo que quiero decir, ¿no? Si comes la misma comida o follas con la misma persona, puedes cansarte de ello. Se vuelve demasiado familiar, demasiado predecible, ¿no crees?”

“Entonces, en otras palabras, ¿la monogamia debería ser llamada monotonía?”

“¡Exacto!”, respondió con una risotada de aprobación, “¡justo lo que quería decir!”

“¿Estás intentando decirme que le has puesto los cuernos a Claire?”, inquirí, preguntándome si mi mejor amigo estaba yéndose a un terreno que era más que hipotético.

“Quizás”, dijo muy bajo, sin mirar hacia arriba. El tomate que había estado troceando estaba hecho trizas. Lo puso a un lado y empezó a cortar un manojo de cilantro. “O quizás sólo estaba interesado en ver qué más hay en el menú. Pásame esa botella de zumo de lima, por favor”, añadió de forma casual.

“Vaya, Scott, no estoy segura de qué decir. No es que Claire sea la sopa del menú del día. Estás casado con ella. La selección no cambia. Has tomado una decisión. ¡Crema de guisantes para comer!”. No me gustaba el tono juicioso de mi voz, pero su comentario me había tomado por sorpresa y no estaba segura exactamente de cómo responder. ¿Quería que le apoyase? ¿Que fuera lógica? ¿Reconfortante?

“Entonces, Claire es un poco así como la crema de guisantes, ¿no?”, se rió, intentando relajar el ambiente un poco.

“Claire es en realidad como el Filet Mignon, Scott. Ella es deliciosa. Es una obra de arte. Por eso te casaste con ella. Y ella debería ser igualmente de sabrosa mañana como lo es hoy”

“Sé que tienes razón”, dijo, mezclando la salsa Thai que había preparado y volcándola sobre el pollo. “Pero, ¿y si, sólo una vez, quisiera comer algo diferente? ¿Y si, por una noche, pudiera saborear otra carne en mi boca?

Sentí un aleteo inesperado en mi pecho. Scott era la única persona que yo conocía que podría hacer que incluso los comentarios más inocuos sonasen sensuales y provocativos, y por primera vez en nuestra amistad durante 3 años, me empecé a preguntar si él podía sentir algún tipo de deseo por mí.

“¿Y qué si pudieras? ¿Crees que realmente lo harías?”, pregunté en voz alta.

“¿De verdad?”, preguntó, mirándome directamente a los ojos por primera vez. “Sí, creo que me gustaría probar algo nuevo. Patas de cangrejo, a lo mejor”, se rió pícaramente, pegándome con un trapo húmedo en la pierna. “O quizás una deliciosa pechuga de pollo”, se rió, juguetonamente estirando el brazo fingiendo agarrar mi pecho.

Me reí, pero no estaba segura de si mis risas eran respuesta a sus bromas o si se debían a las mariposas nerviosas que estaban revoloteando dentro de mí. ¿Estaba intentando seducirme? ¿Mi amigo, el asistente del chef, ahora me veía como un trozo de carne, uno que le gustaría rellenar y cocinar en un horno de intensa pasión? La idea tenía mérito.

“¿Te apetece un vaso de vino?”, me ofreció, sacando dos copas y llenándolas con Merlot antes de que yo pudiera responder. Estaba segura de que esto era parte de una estrategia. Me seduciría con licor, para bajar mi inhibición y lanzarse con su seducción culinaria.

Bebí un trago largo, preparándome para la posibilidad de aventurarme hacia delante. La verdad es que, en ese momento, tenía tantas ganas de hincarle el diente a Scott como él parecía tenerme a mí. Habíamos sido amigos durante mucho tiempo. Era guapo, sexy, con talento y gracioso. Era el único chico que había conocido que sabía manejarse en la cocina, y cocinaba para mí con frecuencia cuando su mujer estaba fuera por negocios. Antes de esta noche, no había nada entre nosotros excepto una genuina amistad y un poco de flirteo inocente. Ahora, sentada en la encimera de la cocina, con mi copa de Merlot, la idea de desnudarme completamente y dejar que mi amigo me descubriera de una forma totalmente distinta estaba empezando a distraerme.

“¿Quieres otra?”, preguntó, volcando la botella sobre mi vaso vacío. Asentí, inhalando los vapores de uva mientras pasaba otra bocanada de vino a través de mis dientes y tragué. El momento parecía oportuno. Mientras el pollo Thai se cocinaba dentro del horno, teníamos la oportunidad de escabullirnos al almacén para ponernos más cómodos. Decidí tomar la iniciativa, dejando nada en manos de la casualidad.

“Scott”, me lancé con decisión, “¿cómo me ves?

Su rostro se volvió críptico de repente.

“Quiero decir… ¿Me ves como una amiga o como… un plato del menú?

La mirada críptica se transformó en una intuitiva.

“¿Ambas?”, respondió, con un tono a medias dubitativo, a medias seguro, en su voz.

“Entonces, esta noche, si tuvieras ganas de probar las ostras en vez del Filet Mignon, ¿yo sería las ostras?

“Podrías ser cualquier cosa que quisieras ser. Mientras me dejes probarte”, respondió. De nuevo, el toque seductor de su voz hizo que mi corazón diese un vuelco.

Puse mi copa sobre la mesa y me incliné hacia delante en mi asiento. Scott se arrodilló, colocando sus manos temblorosas sobre mis muslos. Nos miramos durante los suficientes segundos para expresar nuestro mutuo y silencioso acuerdo para seguir hacia delante.

Los intrépidos dedos de Scott se colaron por debajo de mi falda y me encontraron, ansiosa y esperando. Mis caderas se posicionaron en el filo de mi asiento, meciéndose para que él pudiera notar el calor que emanaba de mí y sentir mi creciente urgencia.

“Pruébame”, susurré, concediéndole lo que parecía desear con tanta fuerza. Subí mi falda hacia arriba y abrí mis piernas ante él.

Al sentir su cálido aliento contra la tela de mis braguitas, me puse inmediatamente mojada. La presión de sus palmas, cálidas, abriendo mis muslos, añadió a la sensación, y un gemido de anticipación y deseo emergió desde mi interior. Mi mente estaba rabiosa con imágenes de él apartando mis braguitas y metiendo su lengua dentro de mí, moviéndola, jugando con ella contra mi clítoris y lamiéndome hasta que no quedara más de mí que un charco de jugos deliciosos y embriagadores. Él parecía sentir mi deseo y apartó la seda húmeda de mi sexo antes de presionar su desaliñada perilla contra mi suave humedad. Gemí de placer, hiperventilando casi instantáneamente cuando sus labios susurraron contra mí, enviando escalofríos por todo mi cuerpo. Estaba literalmente destruida por el placer, y coloqué mis piernas sobre sus hombros, usando mis temblorosas pantorrillas para presionarlo contra mí con más fuerza. Los susurros se habían convertido en una especie de tarareo vibrante, que me hizo estallar en espasmos. Mis dedos pasaban por su pelo y le empujé contra mí, todavía más, hasta que la vibración llegó a un crescendo. Continuó chupando mi clítoris con la paciencia y tempo de un maestro, hasta que, pronto, no pude oír más que el sonido del latido de la sangre corriendo por mis venas, llegando a mis pezones y a mi clítoris. Mi cabeza hormigueaba. Esta noche, que había empezado como tantas otras, con el aroma del pollo Thai cocinándose a fuego lento en el horno, mi coño estaba haciéndose a fuego lento en su boca, y estaba a punto de darle a Scott el sabor de algo totalmente diferente.

Parecía como si él estuviera de acuerdo. El sonido de sus labios, sorbiendo profundamente y gruñendo rítmicamente, lo delataban. Me había convertido en su sopa del día, su bisqué espeso y cremoso. Parecía como si el hombre que se ganaba la vida gracias a su paladar refinado no hubiera cambiado en absoluto. Me devoraba como si fuera su más exquisita creación. Continuó, como con glotonería, como si tuviera miedo de dejar una sola gota en el plato. Mis muslos se tensaban contra sus palmas mientras mi interior se estremeció, avisándonos a ambos de que mi bol iba a derramarse. Pronto sus labios y barbilla estaba totalmente cubiertos por mis fragantes jugos. Olas de placer lo alimentaron hasta que estuvo totalmente saciado, y se echó hacia atrás en el sillón, con una mirada de satisfacción en el rostro.

“Me encanta el Filet Mignon”, dijo Scott, rompiendo el incómodo silencio que siguió. “Pero nunca me arrepentiré de haber probado las ostras”.

Yo tampoco me arrepentiré, pensé para mí misma, sonriéndole. Tenía la intención de que nunca faltasen ostras, sólo por si acaso mi amigo tenía otro antojo.

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